Cada atardecer, al llegar del trabajo se encerraba con el e-book y la computadora portátil, en busca del anhelado silencio. La energía de su deseo iba modificando la arquitectura que lo rodeaba. A medida que su baño iba creciendo, las habitaciones le cedían superficie y casi no dejaban lugar para el paso.
Un lunes, su esposa, preocupada porque no aparecía, buscó la llave y entró. En la enorme bañadera no había nadie y el inodoro, que había crecido en forma inquietante, no sostenía su cuerpo. Miró adentro y vio, flotando en la superficie del agua, el e-book y la computadora portátil…