Cati Cobas, maestra y arquitecta, escritora y artesana aficionada, como nos cuenta en la presentación de su caticobas.blogspot.com, va por el mundo mirando más allá de su mirada y vertiendo sus impresiones a través de sus Caticrónicas.
Todos los días se sienta frente a la computadora, a las seis de la mañana, antes de empezar con sus responsabilidades de hija, de esposa y de madre, como también se autodefine, investiga, busca datos ciertos que completen esa mirada y así, semana tras semana, sus textos van cubriendo de letras y fotos su rincón en la web.
Su pasión por la vida y el amor por Buenos Aires, no llenan su existencia. Hay un vacío, algo que quedó desde la infancia, el corte con su Mallorca, la de sus abuelos, la de su padre, la de ese idioma que le gustaba tanto escuchar; era su mundo imaginario, la isla de sus piratas. Y ese amor no correspondido, le hacía daño. Una familia rota por el océano y el tiempo, el dolor de los que quedaron que se venga con el poder de la tierra, el dolor de los que se fueron, que ven que los arrojan de su pasado…
Eso estaba en el fondo del alma de Cati, el viaje iniciático, la búsqueda de su Itaca. Ese deseo, esa fuerza, encontró un vehículo, se introdujo por los intersticios del ciberespacio y llegó hasta la isla soñada. Y allí encontraron el papel dentro de la botella, con sus recuerdos no recordados, que se estiraron y estiraron, desde el Mar Mediterráneo hasta el Río de la Plata. Sandra Llabrés y Joana Pol, de IB3, la descubrieron, descubrieron su blog, leyeron las crónicas, las que hababan de esos recuerdos soñados de Mallorca.
Y ocurrió el milagro, el milagro de la radio y de Internet y el milagro de la amistad. Porque treinta botellas, en forma de e mails que mandaban saludos, hablaban de Cati y de sus crónicas, llegaron de México y de España, de Austria y de Argentina, para acompañarla en su bautismo balear, el programa que le dedicaron, la entrevista.
También escuchamos las palabras de la Conselleira de inmigración de las Islas Baleares, que valoró, en forma entrañable, la persistencia de Mallorca y de su idioma en la memoria de Cati y la voz dulce de Sandra Llabrés, que leyó la crónica de las paellas y las ensaimadas, con una música suave que nos envolvió y nos pudimos meter, todos, en la emoción de un reencuentro que ella no esperaba, pero tan anhelado.
Y siguiendo el hilo que habían dejado años atrás sus abuelos y armando nuevamente el ovillo desde el Río de la Plata hacia el Mar Mediterráneo, encontró, además de a otros familiares por el camino, a su otro yo mallorquín, su `primo, el que también escribe, el que le habla del ruido del mar y de las abejas, las mismas que quería criar su padre en Buenos Aires, el que también es maestro, el que tiene un periódico en Camas, el pueblo de donde partió su abuelo hacia el oeste, el que le está publicando las crónicas en catalán y así, por fin, se encontró a sí misma, encontró su otra cara, el alma que había quedado allí, hibernando, y ovilló todo el hilo, vio la luz a la salida de la cueva y también el mar y a toda la familia, que le contaba sus historias desde las fotografías que inundaron su pantalla, y mandó las suyas, y sintió que Mallorca se pegaba del otro lado de la Casa Rosada, quedaba adherida a su tierra, como un barco amarrado en puerto.
Y vio bajar a todos, el primo a la cabeza, cantando como cantaba su abuelo, seguidos de una fila de sombras que bailaban al compás de la música; las sombras de los que ya no la podrán conocer.
29 de julio, 2007