La aguja arroja su fina sombra sobre la arena. A cada instante se agranda más y más, hasta que su ojo dibuja una larga elipse en la duna. A lo lejos se acerca un camello solitario; mira ese gran aro en el suelo, penetra dentro del trozo de desierto atrapado por la gigantesca línea oscura, se echa y permanece allí, inmóvil.
Un suave viento moviliza las finas partículas. El animal se hunde de forma casi imperceptible y por fin, sólo queda el vacío. Entonces la sombra comienza a achicarse lentamente hasta desaparecer.
Ya nada interrumpe la dorada extensión infinita.
Mayo 2006