Encuentro

Otro día, siempre lo mismo… Roberto está cansado, sin ánimo para nada, recordando las veces que se levantó a tomar agua aburrido de estar en la cama tratando de cerrar los ojos cuando se desvela y a veces trata de juntar cansancio y la busca, pero imposible, ella sólo se abre como una obligación, se lo enseñaron de chica: Nena, cuando él lo quiera tenés que dejarlo, pero al final es como si nada, fría, quieta… Y sigue sin poder dormirse.
Y ahora a trabajar, a tomar el colectivo veinticinco. Ahí todos miran para adelante pensando acaso en la comida, en la familia que queda en casa, el chico que no estudia, la nena que no vuelve hasta tarde…y así pasa el tiempo, leyendo un poco el diario, ojeando las noticias. El lunes revive los partidos, putea contra los jugadores y árbitros en voz alta, mira alrededor para ver si alguien está de acuerdo. Pero todos están ensimismados, encerrados en sus historias personales o viviendo también para sí el drama de las canchas.
Y luego al mostrador, ni siquiera va tanta gente, más o menos cinco o seis en toda la mañana, no hay con quien hablar, y no lo dejan ni seguir leyendo su diario, tiene que estar atento, como si recibiera durante esas horas una multitud imaginaria. Y pasa el tiempo, tan lento y aburrido como el de la noche: la vida es un tedio infinito. Al final, qué le queda, volver a su casa, y allí : Nada.

Pero su mente se evade. Se recuerda joven, cuando en las noches junaba las minas en la milonga y las levantaba. Eso es lo que necesita, y se imagina en una pieza de hotel en penumbra, abrazado a un cuerpo anhelante.
Tiene que buscar la forma de lograrlo, de acceder a esos tiempos de libertad y de placer. Y lo hace aceptando trabajos extras, que le permitan no tener un horario fijo, un momento predeterminado y previsible de llegada a casa. Y usa el colectivo como usaba en otros tiempos el baile, como lugar de selección donde acecha con el anzuelo preparado.
Los viajes son un constante acicate: los pechos que se apoyan suaves contra su espalda, una cadera contra su pierna, su cuerpo contra el de la mujer de adelante…
Las observa a todas, espera una señal interior y por fin decide: aquélla, la de los ojos grandes, negros, la que menea la cabeza y ondea su pelo largo. Siente un hormigueo, le sube calor por el plexo cuando la ve bajar en Rivadavia y Medrano y alejarse. A partir de ese día está pendiente de volver a encontrarla, y mira con ansiedad en todas las paradas. En las noches, cuando intenta dormirse, la imagina a su lado, la sueña, la siente al despertar.
Pasan varios días. No le interesa otra cosa, espera constantemente poder encontrarla. Por fin, llega el momento. Cuando sube, la ve dentro del colectivo. Se acerca buscando su mirada, intenta una sonrisa., casi no sabe sonreír, estos años obsesivos de trabajo lo han paralizado. El colectivo está cada vez más lleno y parece imposible impedirlo, apoya su pierna y la presiona levemente, seguro que se da cuenta, pero no hace nada por separarse. Ya la tengo, piensa, y se queda ahí, sin respirar, quieto, adherido como una lapa. Así están los dos, siente que el cuerpo de ella responde sin moverse, pero él sabe que sabe y que lo acepta.

Cuando baja la sigue, avanza y camina a su lado. A la cuadra y media ya sabe que se llama Diana, que está casada y que tiene dos hijos . Ella, que él está harto. Mientras caminan, mientras lo escucha, ella ve como en un sueño su casa, los chicos corriendo por el pasillo…¿Cuánto hace que estás casada?… la lavarropas que atrona su centrifugado,… ¿No pensaste en separarte?…Rolo que llega pidiendo la cena mientras se tira a mirar la tele…Tenés que cambiar, liberarte… y la tabla de planchar con la canasta llena sobre la mesa…Vamos… Rolo que llega por las noches a las tantas…
Él sabe que le ofrece algo liberador de esa vida de mujer sumisa y engañada. Su instinto lo guía, es suave pero insistente, habla, sonríe, sí, lo ha logrado, ha recuperado su mejor sonrisa, la envuelve con una actitud tierna y comprensiva pero una decisión fuerte que convierte sus palabras en una órden dentro del cerebro de ella y por fin, lo logra.

La lleva a un hotel, en la semioscuridad sus caras casi no se ven. Son Él y Ella, sin nombre, un hombre y una mujer uniendo su necesidad de olvidar y su necesidad de entregarse, aunque sea por un momento.
Y se produce el milagro del encuentro: La oscuridad iluminada , por las miradas
brillantes, por las sonrisas, por sentimientos que fluyen, a través de los besos, de las manos, de las caricias, por intensos placeres de dos cuerpos que vibran, que tiemblan, que palpitan, que apasionados se hurgan,se superponen, se introducen, que por fin se funden, se confunden, se unifican.

A partir de ese momento, él vive para esos fugaces instantes que, como si penetrara en otro universo paralelo, le permiten una vida distinta. Instantes que parecen horas, horas que se hacen días, ansioso por los encuentros, buscando en ellos los placeres y también la paz de ese silencio, momentos en los que todo lo externo, todo lo cotidiano, desaparece.
Esas tardes se multiplican, de a poco ella va perdiendo el misterio , sus requerimientos lo abruman y el círculo se cierra y se abre la espiral de una nueva búsqueda: otros roces, otros pechos, otras piernas, lo incitan a nuevas aventuras.

Y otra vez comienza a acechar tras las ventanillas, mirando en cada parada las mujeres que van subiendo…

23 / 07/2004 – 03/2005
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