Obsesión

 Julio sólo piensa en su novela. .Quiere expresar, con su historia, la complejidad de la vida Que los personajes, a los que imagina ya con su nombre: Ricardo, Ana, Jimena… experimenten sus contradicciones hasta el paroxismo. Serán calmos y violentos, cultos e  ignorantes, tiernos y crueles.

 Sentado ante la mesa de la cafetería, en Barajas, espera, como todos los viernes, su vuelo a Buenos Aires. Mira tras los cristales la noche de Madrid, el invierno que asoma en el color del cielo y la gente que deambula a su alrededor vestida con abrigos y bufandas. Observa con intensidad. Sólo piensa en atrapar ese momento entre sus letras.

     Frente al documento, todavía en blanco, busca la primera frase, la que devele, en un instante, el sentido del texto, el puntapié que ponga a rodar la pelota de la ficción. Pero su trabajo cotidiano lo presiona, reclama entregas,. La Productora da indicaciones, irrumpe a cada momento, y esa angustia le impide concentrarse.

     Lo persigue el plop-plop de los mensajes que aparecen como burbujas en la pantalla y el tararí-tarará de las llamadas del teléfono, justo en los momentos en que su mente busca el minuto de calma que le permita encontrar la primera frase, la que dará inicio triunfal a su novela. Porque está seguro de que ese es el quid, encontrar las primeras palabras capaces de atrapar a los lectores y sumergirlos en el laberinto que imagina para sus personajes,  alejados de los estereotipos a los que tiene que dar vida en su trabajo cotidiano.

     Durante el vuelo, en cambio, nada lo perturba: No más mensajitos, no más  llamadas. Tiene por delante una larga noche en la que el zumbido constante, la música clásica en los oídos y la penumbra del ambiente, horadada apenas por el haz de luz que ilumina su asiento, lo sumen en un estado de hipnosis en el que los dedos empiezan a teclear y la pantalla se va cubriendo de palabras. Sin embargo, sólo logra terminar los guiones, en los que debe dar forma a esos seres que nacen de las encuestas, de las órdenes del director, de los vaivenes de los actores…

     Una hora antes de llegar se encienden las luces. El espacio curvo que lo rodea, blanco y terso, tiene la pulcritud de una nave espacial. Julio intuye el sol de la mañana a través de la larga fila de ventanas, mientras al mirar hacia afuera ve el cielo de un intenso color celeste. Imagina el calor de Buenos Aires, las reuniones con la productora, las inevitables comidas de trabajo.

     Tiene la convicción de que debe hacer algo diferente, algo más que sus guiones, algo que en poco tiempo le permita ser libre, encerrarse en su propio avión  y dedicar los días y las noches a su novela.

     Pero, antes de vivir en vuelo permanente, deberá escribir un best-seller, lograr la fama que le devuelva su libertad, la posibilidad de cumplir su sueño.

Sabe bien lo que necesita su público. Venderá su libro en Madrid, en Buenos Aires, en Tokio, en Frankfurt, en París… Y ya no será un guionista perdido entre los créditos. Será  Julio Trasarco. Escritor. Famoso.

Obsesionado con ese objetivo, entre guion y guion, habla  con los compañeros de vuelo y les roba sus confesiones, sus anhelos, sus temores. Después de un año intenso de trabajo, termina el libro. Allí vierte las historias de esos seres anónimos, sus experiencias, sus problemas, sus sentimientos. .Los entreteje creando un mundo intimista suspendido en el espacio. Su sueño se cumple,  el éxito lo acompaña, su “Vidas a 900 kilómetros por hora“   se edita en varios idiomas.

Durante la presentación de la obra en Nueva York, entre copas y canapés, su agente exclama, sin ocultar su entusiasmo: “¡Lo conseguimos! Ya puedes alquilar un avión. Ya puedes encerrarte a escribir tu novela”. .

Cuando llega al hotel, a esa hora en que la luz del amanecer va matando la noche, con los sentidos excitados por el alcohol, Julio tiene la certeza de que no puede dejar pasar ese instante, de que el nacimiento del día tiene que traer al mundo el nacimiento de su novela. Abre el portátil, se sienta frente a la mesilla, y se dispone a escribir las primeras palabras, las que tantas veces había soñado. Pero ya no sabe lo que quería contar, ya no lo siente bullir en su interior.

Tiene la pantalla en blanco y la mente vacía. Los protagonistas de la novela; Ricardo, Ana, Jimena…lo han abandonado.  La historia de los personajes reales, capturada en su libro, robó a los de ficción la vorágine de sus vidas.

Julio descubre que ya no le interesa su proyecto. En ese momento, siente nada más que un cansancio infinito. Lo invade un único deseo: Una habitación oscura, una cama mullida, una almohada de plumas, un edredón que lo envuelva y, sin pensar siquiera en un cuerpo al que abrazarse, dormir una eternidad.

Tiene la certeza de que debe vivir esa experiencia, y de que, cuando por fin despierte, podrá contarla en una historia en la que él será el único protagonista, inmerso en sus sueños y entrelazará imágenes, símbolos y sensaciones.

Y así logrará una novela única, maravillosa. Su obra maestra.

 corregido noviembre 20014© 2014

Julio está obsesionado con su novela. Imagina los nombres de los personajes: Ricardo, Ana, Jimena… Quiere que su historia exprese la complejidad de la vida, haciendo que ellos experimenten todas sus contradicciones hasta el paroxismo: serán a la vez calmos y violentos, cultos e  ignorantes, tiernos y crueles…

Sentado ante la mesa de la cafetería, en Barajas, esperando, como todos los viernes, su vuelo a Buenos Aires, mira hacia afuera la noche de Madrid, el invierno que se siente en el color del cielo y a la gente a su alrededor, vestida con abrigos y bufandas. Observa con intensidad el exterior pensando en atrapar ese momento entre sus letras.

Con su notebook abierto y el documento todavía en blanco, piensa cómo debe ser la primera frase, la que devele en un instante el sentido del texto, el puntapié que ponga a rodar la pelota de la ficción.

Pero la productora reclama entregas, da indicaciones, irrumpe a cada momento, y esa angustia le impide concentrarse relajadamente. Lo persiguen el plop-plop de los cuadraditos del msn que aparecen como burbujas y el tarararí-tarará del celular que le taladra los oídos, justo cuando su mente busca el minuto de calma que le permita crear la primera frase genial que dará inicio a su novela. Porque piensa que ese es el quid, las primeras palabras, las que enganchen a los lectores y los sumerjan en el mundo laberíntico que imagina para sus personajes, totalmente alejados de los estereotipos a los que tiene que dar vida cada día.

En el aire, en cambio, nada lo perturba: no más Internet, no más teléfonos. Y tiene por delante esa larga noche en la que el zumbido constante, la música clásica en los oídos y la penumbra del ambiente, horadada apenas por el haz de luz que ilumina su asiento, lo sumen en un estado de hipnosis en el que los dedos empiezan a teclear y la pantalla se va cubriendo de palabras… Sin embargo, sólo logra terminar sus guiones, en los que debe dar forma a esos seres que nacen de las encuestas, de las órdenes del director, de los vaivenes de los actores…

Una hora antes de llegar se encienden las luces. El interior del avión tiene la pulcritud de una nave espacial. Julio intuye el sol de la mañana a través de la larga fila de ventanas, mientras al mirar hacia afuera ve el cielo de un intenso color celeste. Imagina el calor de Buenos Aires, las reuniones con la productora, las inevitables comidas de trabajo…

Tiene que hacer algo diferente. Algo más que sus guiones, algo que en poco tiempo le dé el dinero que le permita ser libre, encerrarse en su propio jet, volar permanentemente y dedicarse a su novela. Tiene que escribir un best-seller. Y sabe que puede, que sabe bien lo que necesita su público. Lo venderá en Madrid, en Buenos Aires, en Tokio, en Frankfurt, en París… Y ya no será un guionista perdido entre los créditos, será  Julio Trasarco.: Escritor. Famoso.

Obsesionado con ese objetivo, entre guión y guión habla largamente con los compañeros de vuelo y les roba sus confesiones, sus anhelos, sus temores…. Después de un año intenso de trabajo, termina el libro. Allí vierte las historias de esos seres anónimos: sus experiencias, problemas, sentimientos… Las entreteje creando un mundo intimista suspendido en el espacio. Su sueño se cumple,  el éxito lo acompaña, su libro : “Vidas a 900 kilómetros por hora“ se edita en varios idiomas.

Estando en Nueva York, durante la presentación de la obra, entre copas y canapés, su agente le dice: “Lo conseguimos, ya podés alquilar un jet y encerrarte a escribir tu novela”.

Cuando llega al hotel, a esa hora en que la luz del amanecer va matando la noche, con los sentidos excitados por el alcohol, Julio tiene la certeza de que no puede dejar pasar ese instante, de que el nacimiento del día tiene que traer al mundo el nacimiento de su novela. Abre su notebook, se sienta frente a la mesilla, y se dispone a escribir las primeras palabras.

Pero ya no sabe lo que quería contar. Lo recuerda apenas, no lo siente dentro… Sólo tiene la pantalla en blanco y su mente vacía. Los protagonistas de la novela, su Ricardo, su Ana…lo han abandonado. Es como si, de alguna manera, la historia de los personajes reales, capturada en el libro, hubiera robado a los de ficción la trama de sus vidas.

Julio descubre que ya no le interesa su proyecto. En ese momento siente nada más que un cansancio infinito. Imagina una única idea: acostarse y cerrar los ojos. Ahora sólo tiene sentido para él estar en una habitación oscura, con una cama mullida, una almohada de plumas, un edredón que lo envuelva y, sin nada más, sin pensar siquiera en unos brazos que le hagan caricias, dormir una eternidad.

Tiene la certeza de que debe vivir esa experiencia, y de que, cuando por fin despierte, podrá contarla en una historia en la que él será el único protagonista y en la que enlazará la nada, la oscuridad, los sueños, entremezclando imágenes, simbolismos y sensaciones…, y de ese modo logrará una novela única, maravillosa.

Su obra maestra.

 07/2003 – 10/2004 

© 2005

CÍRCULOS

Todos los viernes viajaba de Madrid a Buenos Aires, y todos los lunes volvía a cruzar el océano. Eran doce horas de vuelo, cinco de diferencia horaria.

Cuando partía eran las doce de la noche y llegaba a las siete de la mañana siguiente. Había adelantado cinco horas, pero había tenido doce para dormir, para trabajar… Al volver ocurría lo contrario, salía también a las doce de la noche, pero llegaba a las cinco de la tarde. Su vida, por el sólo hecho de hacer este trayecto, se perturbaba, había perdido cinco horas, cinco horas menos que tenía para su trabajo.

Carlos estaba preocupado por la idea de la muerte, no tanto por la muerte en sí, sino porque sentía que había un límite en la vida y que no podría terminar su eterna novela. Quería prolongarla, quería poder no obsesionarse con los años que le quedaban y también alargar los días, las semanas, que el lunes no comenzara cuando daban las doce de la noche del domingo, tener más tiempo para pensar…
Y en sus horas de avión meditaba en esos trescientos minutos que ganaba o perdía en cada viaje… De qué le servía ir y venir constantemente, si al fin esas idas y venidas se equilibraban y las cinco horas quedaban compensadas…
Pensó que tenía que ir siempre para el mismo lado, siempre hacia el Oeste y volver a Madrid dando la vuelta por Tokio, por Moscú, por Paris… y entonces ganaría muchas horas más. Necesitaba poder hacer eso, nunca cumplía los plazos cuando tenía que entregar los guiones, la productora lo perseguía por el teléfono móvil y esa angustia le impedía concentrarse relajadamente en su novela. Y allí, en el avión, no sólo no lo podrían llamar sino que, además, conseguiría las horas que necesitaba.

Pero para eso, lo ideal sería tener un jet propio, para no depender de los billetes, para poder salir cuando realmente lo necesitara. Y entonces empezó a trabajar febrilmente en todos sus viajes, sin descanso, en un libro que relataba las vidas de las personas que se sentaban a su lado: sus historias, sus temores, sus aventuras, seguro de que triunfaría, y que con ello podría comprar un avión para viajar constantemente, y en ese momento, con tranquilidad, escribir lo que verdaderamente quería escribir, esa novela sin guión ni desenlace, donde se expresaran los silencios, las dudas, donde se entrelazara el pasado, el presente y el futuro, donde los personajes tuvieran una personalidad difusa; según el momento serían rudos o tiernos, infieles o fieles, coherentes o incoherentes, trabajadores o perezosos, valientes o cobardes, lúcidos o incapaces de comprender un concepto…
Y por fin, después de un año de dar la vuelta al mundo semana tras semana, entregó el fruto de su experiencia a su editor y cuatro meses después, en un jet especialmente alquilado para la promoción, volvió a dar la vuelta al mundo, bajando en cada ciudad importante a presentar el gran éxito del siglo. Comenzó a ganar muchísimo dinero, el libro se vendía en todos los idiomas, ya podía comprar su avión privado, ya podía viajar tranquilo para escribir la verdadera historia, su historia, la que tenía pensada desde hacía tantos años.
Pero la tensión que lo había sostenido ya no existía; un enorme cansancio lo invadió. Se miró al espejo, y notó que los cambios permanentes de horario lo habían envejecido. Vio sus cabellos blancos y sus profundas ojeras, sintió un sueño atroz, un deseo de acostarse en una cama, fija, en la tierra, y dormir, dormir, dormir, hasta que la muerte lo rescatara de ese infinito agotamiento. Y ya no le interesaba su proyecto, no podía imaginar ninguna complejidad, sólo la idea de contar la vida en una habitación oscura, con una cama mullida, una almohada de plumas, un edredón que lo envolviera y sin nada más, sin siquiera pensar en unos brazos que le hicieran caricias, se acostó, para vivir la experiencia y contarla en esa próxima novela…

23 Oxct.2003

miriam chepsy

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