El hombre viene de muy lejos, con paso cansado de tanto andar, de recibir los tórridos rayos del sol, la lluvia, el granizo, una y otra vez, en su ir hacia adelante, construyendo su destino.
El caminante sigue así su camino, que va abriendo, a medida que avanza, como si con un machete creara en el bosque una senda para sí mismo.
Necesita reposo, soñar, olvidar los calores y los fríos. Ve un pequeño claro, con helechos y un hilo de agua que discurre formando surco. El hombre sonríe, el bosque le regala un recodo umbrío. Se echa sobre la hierba y mira el cielo, ve pasar despacio las nubes, apoya la cabeza sobre unas raíces, cierra los ojos y, vencido por el cansancio, queda dormido.
– Caminante, deja que cure tus heridas.
Ella viene también de muy lejos, los pies quemados por la nieve.
– Caminante, deja que aplaque tus dolores.
Él despierta, la mira.
– Caminante, deja que bese tus ojos enrojecidos.
Él la ve, sus ojos que brillan, su boca con un rictus.
– Caminante, abrázame, tengo frío.
Las memorias, los sueños, los anhelos, fluyen a través de esos cuerpos que se enlazan.
– Te recuerdo, en mi infancia, de puntillas, comprando caramelos.
Ella piensa que no es posible, viene cada uno de tan lejos, de otros veranos, de otros inviernos.
– Te recuerdo, de otros recodos, de otros momentos.
Ella reconoce sus ojos, reconoce su cansancio, reconoce su voz. Lo mira en silencio. Siente que eso es posible, que ya se cruzaron en otros tiempos.
– Despunta el día, debo seguir mi camino, debes seguir tu camino.
19 dic 2002