Es una mañana de verano en la Playa de Malvín frente a la isla. Cerca de los tamarindos, bajo una gran sombrilla con sus gajos de colores azul y rojo, veo sentadas sobre unas toallas multicolores a dos mujeres. Una de unos sesenta años, bastante gorda, con un malla enteriza de color oscuro. Tiene el pelo corto bien negro, probablemente teñido y usa anteojos pequeños. Está leyendo el diario. La otra tendrá unos veinte años. Tiene puesta una bikini de color turquesa y está echada sobre la toalla con su cuerpo a la sombra y sus piernas buscando el sol fuera de la zona protegida por la sombrilla. Ambas están calladas.
A unos cinco metros de la sombrilla dos niños pequeños están sentados sobre la arena haciendo montañas. Tendrán cuatro y cinco años más o menos , están sentados frente a frente con sus piernas abiertas y las montañas entre ellos y al lado, un pozo de donde sacan arena húmeda para sus juegos. Los niños parlotean sin cesar y pegan gritos de placer a medida que ven consolidados nuevos picos de sus montañas. Desde la orilla del mar se acerca una mujer de unos veinticinco a treinta años que, llevando un balde en una mano y con una niña de un año que viene llorando tomada de la otra, trae más agua para los escultores de la playa. Parece ser la madre de los niños. Viste una bikini de color negro con rayas blancas cubierta con un fino blusón de colores y lleva grandes anteojos de sol.
Un poco más lejos se ve a un vendedor de traje color blanco con una caja metálica colgada del hombro vociferando: ¡ Frankfurters calientes! ¡ Calentitos los frankfurters! y a dos jóvenes jugando a la paleta escuchando una radio encendida que está apoyada encima de sus ropas dobladas sobre la arena que invade la playa con su música a todo volumen. Se oyen los tambores con su golpeteo rítmico y monótono y la voz recitando sucesivamente en una extraño lenguaje africano y en castellano de un grupo de rap cubano, luego la música aunque mantiene el ritmo de fondo y las palabras que también tienen un ritmo cortado, intercala una melodía modulada que en forma continua y variando del agudo a los graves se desarrolla con un ritmo alegre y que hace mover el cuerpo a ritmo de salsa.
De pronto, un inesperado golpe de viento levanta la sombrilla y la lleva dando tumbos por la playa.
La mujer mayor recrimina a la más joven mirándola por encima de sus gafas diciéndole: Has puesto mal la sombrilla!! Te dije que tenías que asegurarla bien , no la has metido bien adentro de la arena!!!!
La mujer joven se levanta y corre desesperadamente detrás de la sombrilla pidiendo ayuda a gritos a los jóvenes que jugaban a la paleta en la playa. Pero éstos en principio no escuchaban porque la música estaba alta. Pero por fin, uno de ellos ve la sombrilla y corre para ayudarla y entonces también se da cuenta el otro y sale corriendo detrás dejando las paletas y la pelota tiradas sobre la playa..
Los niños que estaban jugando pegan fuertes gritos llamando a su madre. Ésta suelta el balde que tenía en la mano, levanta a la niña en sus brazos y corre hacia donde estaba la sombrilla. La niña que venía llorando, queda con los ojos muy abiertos y deja de llorar.
El vendedor de frankfurters queda clavado en su sitio viendo como evoluciona la escena.
La mujer joven y los muchachos llegan al mismo tiempo hasta la sombrilla y logran frenarla. Inmediatamente después vuelven y ellos la ayudan a colocarla dejándola bien firme y la invitan a participar en su juego de paleta. Ella acepta y los tres se van juntos.
La madre con su niña en brazos que ya ha llegado donde estaba la sombrilla, observa toda la escena y le pide a los niños que vayan por el balde que quedó tirado, que lo llenen bien al lado de la orilla y vuelvan de inmediato, mientras ella los vigilará desde donde estaban y cuidará que nadie destruya las montañas.
La mujer mayor que se había levantado mientras colocaban la sombrilla y que todavía seguía musitando se tranquiliza y hace señas al hombre que vendía frankfurters que intuitivamente ya se acercaba a donde ellos estaban y cuando llega compra uno para cada uno de los niños y mediante señales con sus brazos y manos invita a los tres jóvenes que se habían sentado al lado de la radio a conversar en vez de seguir jugando, a que también se sirvan lo que quieran diciéndole al hombre que luego vuelva a cobrarle. Después de lo cual se vuelve a sentar y sigue con la lectura de su diario.
Epílogo : A pesar de que sigue habiendo algo de brisa la madre con la pequeña a su lado ayuda a los niños que, ahora arrodillados, hacen crecer sus montañas y conversan acerca de cómo agregar un castillo. La mujer mayor termina de leer el diario , se pone una blusa y va a caminar por la orilla. El hombre de los frankfurters ya está bastante lejos caminando a lo largo de la playa en dirección a Buceo y los jóvenes están corriendo mar adentro agachándose para meter las manos en el agua y salpicarse mutuamente los cuerpos entre risas alegres y algo excitadas.
14 / 12 / 2002