Son las doce de la noche, enciendo un momento la TV, por si puedo ver algo un rato antes de dormir y me encuentro con la imagen de Nueva York, en directo, totalmente iluminada. Claro, allá todavía es hora de trabajo. Muestran muchas imágenes de la ciudad nocturna y fotos del 11 de setiembre iguales que las que vi, casi en directo en Buenos Aires, cuando quedé petrificada frente a la pantalla.
Hoy al ver las imágenes de la ciudad de noche, volví a tener la misma sensación que cuando estuve allí, hace unos años y la miraba desde el otro lado del puente. Es como un gran barco varado, como cuando salía por la noche rumbo al otro lado del Río de La Plata. Un barco que tiene fuerza. Le pasa como a los buenos cuadros que tienen energía, tienen significado. Esa ciudad expresa la fuerza de esta civilización, de la técnica, de la riqueza. Y no estoy cantando loas, desde allí no se ve la miseria, no se ve el planeta agonizante, no se ve la explotación, se ve la riqueza, la fuerza, la determinación, el poder. Las luces. Las luces son un símbolo. No los haces de luces que luego pusieron como recordatorio del suceso, sino las luces de la ciudad. Recuerdo cuando salimos de Nueva York hacia Chicago por la noche. El piloto lo comentó con emoción. Miré hacia abajo, una gran mancha de lucecitas titilando sobre la tierra negra, arriba miríadas de estrellas, como si éstas fueran el reflejo de aquellas luces de la tierra. Y la sensación de que era como un gran animal pulsante que se tragaba la energía de todo lo que la rodeaba. Ahí comprendí la ciudad.
11 / 09 / 2002