La paloma roja

“¿Ves esa paloma que vuela por el cielo?”, te pregunté el otro día
“Sí, la veo”, me contestaste
Ahora te contaré lo que pasó : Esa paloma tuvo una extraña aventura la primavera pasada, casi muere. Estaba volando con sus compañeras cuando pasó por una casa, y, de golpe, se encontró metida en el patio de luces. Y como el espacio era alto pero pequeño, no podía hacer carrerilla para levantar el vuelo.
Estaba por el patio, dando vueltas, pensando cómo salir, cuando vio un balde con agua de un color rojo que le llamó la atención. Se asomó a mirar, el balde se cayó y el agua de color cayó sobre sus plumas.
Y entonces, la paloma sintió sus alas más pesadas y ya no podía ni soñar en levantar vuelo. Tenía un color rojo que la hacía mucho más bella. Pero ella no lo sabía , sólo sentía pesadez y humedad sobre su cuerpo.
Pasó el día, ella acurrucada en una esquina del patio, sintiéndose morir, cuando, al caer la tarde, una cabeza asomaba desde una ventana y la vio. Era un niño que gritaba: ¡ mamá, hay un extraño pájaro rojo en el patio, parece herido !
La madre corrió a la ventana , lo miró y le dijo: “ tenemos que hacer algo, hay que esperar que llegue la gente de abajo, luego vamos a recogerlo.”
El niño siguió en la ventana un buen rato, hablándole sin descanso al pájaro que no levantaba su cabeza, metida bajo el cuerpo para darse calor.
Por fin, vio que la luz se encendía en la casa de abajo y corrió por las escaleras para poder entrar y salvar al pájaro. Golpeó la puerta , nervioso, excitado, pensando en el pájaro herido y cómo podría salvarlo.
Pasó al patio y se acercó a la paloma. Estaba quieta, a pesar del miedo a los humanos se dejó agarrar y el niño la subió a su casa. El pelaje se había secado, el color rojo hacía lucir y brillar las plumas, el niño estaba encandilado. La paloma, hambrienta y fría se dejó cuidar. El niño le ató un palito a la pata que estaba un poco lastimada , le dio migas de pan y en una canasta hizo una pequeña cama con trapo de felpa doblado y la dejó allí durmiendo.
Pasaron dos días. Por las noches se levantaba muchas veces para ver al pájaro, que dormía tranquilo, arropado y caliente hasta que se quedaba dormido en el sillón de la sala, mirándolo.
Mientras, la paloma aleteaba dentro del cesto , sentía la madera atada a la pata, pero, a medida que pasaban las horas y se sentía mejor, aumentaban sus deseos de volar.
Por la mañana, le quitaron el cabestrillo, la paloma comenzó a aletear por toda la casa, y entonces decidieron dejarla partir.
En una especie de acto solemne, se acercaron a la ventana, y tomándola con las dos manos, el niño la sacó fuera y abriendo sus manos la liberó.
La paloma, feliz, levantó vuelo y fue hacia sus compañeras. Pero ellas no la reconocieron y se alejaron. La paloma no entendía por qué. Volvió a tierra y caminó por una plaza. Allí toda la gente la admiraba y le echaba comida. Los niños corrían jugando con ella. Era tan hermoso el color de su plumaje que a todos los encandilaba.
La paloma no entendía lo que le pasaba, era feliz cuando andaba por las plazas y todos la rodeaban admirándola pero cuando querían ir a volar con sus hermanas, ellas la rechazaban. Pasaron los días y la paloma estaba cada vez más triste. Por fin, empezó a llover, primero despacito, como una garúa y luego cada vez más fuerte. El agua mojaba las plumas de la paloma roja y, poco a poco, el color iba desapareciendo.
Pasaron las horas y el color se había ido del todo. Cuando salió el sol , la paloma ya era como todas. Caminó por el parque y ya no la rodeaban los niños ni pegaban gritos cuando la veían, ni le tiraban más migas de pan. Pero, cuando levantó vuelo, las palomas le hicieron sitio en el grupo, en medio de todas las demás.

23/8/2002

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