A cámara lenta

Sentada en la platea escucho las últimas palabras del discurso : “y ahora, un minuto de silencio”.

Apoyo firmemente mis brazos haciendo presión con mis manos sobre los brazos del asiento y los pies sobre el suelo. Muy lentamente, voy despegando de la butaca y echando el torso levemente hacia adelante. Coloco mi cuerpo en posición vertical haciendo un giro, como si las piernas y el tronco fueran dos varas que, desde las rodillas y el cuello, van rotando hacia adelante. Los brazos acompañan este movimiento y se van estirando. Cuando me he elevado hasta el punto en que su largo no alcanza para seguir agarrada, separo las manos del brazo del asiento.

Parece un ballet, los de adelante y atrás, los de derecha e izquierda, todos hacemos lo mismo.

Quedo parada con los brazos colgados a los costados y los pies bien apoyados, paralelos, en posición de firme, con la cara mirando al frente. Giro los ojos a ambos lados y compruebo que todos estamos en posición parecida, algunos con los brazos unidos en la espalda, otros los tienen colgando y hay quienes los tienen cruzados. Se siente el silencio, adquiere corporeidad. Se me despiertan otras sensaciones y huelo claramente una mezcla de perfumes que me rodean, el de la mujer que está a mi lado, dulce y penetrante, y otro por atrás, suave y ácido. Mientras, escucho mi propia respiración acompasada.

Tomo conciencia de mi posición que comienza a incomodarme. Levanto los antebrazos hasta que quedan en posición horizontal y luego girándolos, el derecho hacia la izquierda y el izquierdo hacia la derecha, logro tener los brazos cruzados y al mismo tiempo giro las manos hacia arriba para que los antebrazos apoyen en ellas. Separo un poco las piernas moviendo la derecha hacia ese mismo lado y desplazando levemente, como si me empujaran, el tronco, para que se mantenga en el eje.

Pienso en Julián, el compañero que ha muerto tontamente, durmiéndose a las cuatro de la tarde, su coche caído en un barranco. Como si fuera el pensador de Rodin, abro mi mano derecha para desprenderla del brazo izquierdo y la giro junto con el antebrazo en un plano vertical, hasta que mi mano alcanza mi barbilla que ha bajado a recibirla con un leve y suave movimiento vertical de arriba a abajo, mientras mi codo derecho se mantiene apoyado en la mano izquierda.

Pienso que ya ha pasado casi un minuto y en qué largo es un minuto cuando estamos así, quietos, sólo esperando que pase. Miro fijamente al Director, de pie tras la mesa, en el estrado, tratando de adivinar cuánto falta. Cierro un poco los ojos, pienso nuevamente en Julián, en la mala suerte, en que parece que lo viéramos todavía caminando a nuestro lado.

Bajo nuevamente el brazo hasta su posición anterior de brazos cruzados y apoyo en su mano el codo izquierdo. Y otra vez giro antebrazos y manos, ahora el derecho hacia la derecha y el izquierdo hacia la izquierda hasta que quedan horizontales y paralelos hacia delante, e inmediatamente sobre un plano vertical para que queden colgando, como inertes, al costado del cuerpo.

Me recreo en los recuerdos y pierdo el sentido del tiempo. Y es entonces cuando oigo un ruido, es el Director que se sienta, como si diera la orden del último compás, arrastrando las gruesas patas del enorme sillón de madera y cuero.

Se oye un trueno en la sala. Todos carraspean, como al final de un concierto y haciendo el mayor estrépito posible, se disponen a ocupar sus asientos.

11 de junio, 2002

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