( Leyendo viejas cartas )
Tengo que contarte algo increíble. Ayer fui a una inauguración, en las Galerías Pacífico.
Estaban todos los de siempre y alguno más. Había gente hasta de Nueva York, que había venido especialmente al vernissage. Las mujeres, ¡qué elegancia más sofisticada! Yo creía ir a la última , pero había trajes revolucionarios, de cuadraditos de acrílico y otros metálicos que hacían ruido cuando caminaban… yo miraba con la boca abierta , me sentía una pajuerana. Eran túnicas estilizadas, la de acrílico de color malva, como un tubo hasta la mitad de la pierna, cambiaba el color con la luz cuando se movía por la sala. Los metálicos brillaban.
Nunca había visto una cosa igual, no sé desde cuando esa moda, no estaba ni enterada. Y si vieras el servicio: pasaban canapés de caviar, del verdadero y copas de champán y se escuchaba música de Varèse. Un ambiente super-sofisticado, genial. Y el pintor, era oriental, oriental de Nueva York, alto , muy fino, vestido totalmente de blanco; parecía un monje budista, aunque iba de pantalón y una especie de guayabera, muy estilizada , todo de seda natural.
Y los cuadros, nena, ¡los cuadros! Enormes, hiperrealistas, grandes figuras humanas. Pero no estaban enteras, todas eran de partes, cabezas, o torsos, como si hubiera pintado la figura entera y luego la hubiera cortado al definir el cuadro. Pintadas con todo detalle, tenían mucha fuerza, los volúmenes muy marcados, pero no blandos como las mujeres de Rubens, no, con fuerza, como los obreros de las imágenes revolucionarias del siglo pasado, con los puños cerrados en alto.
Pero no sabés lo mejor, lo más increíble, lo más genial: al lado del cuadro estaban los modelos, como un negativo de la obra, ocultando desnudeces o quitando vestiduras. Estaban hieráticos como estatuas , como pigmeos al lado de la pintura, como caricatura del propio cuadro. Nunca se repetirá algo igual, te lo aseguro, imposible ver esto otra vez, mejor que cualquier otro happening. Lo que más me gustó, no sé si por el cuadro o por el modelo, qué modelo, qué cara, era de un hombre con una bicicleta en la mano, bueno, un trozo de la bicicleta, con mono azul, sosteniendo la bici con la izquierda y la derecha a la altura de la cintura sosteniendo con la mano cerrada, qué mano , una mano fuerte, rojiza, enorme, un palo, un palo que parecía un falo, ¡impresionante!
La gente comentaba excitada, creo que nadie había visto nunca algo parecido, y con el champán que corría sin problema y unos jóvenes pasando las bandejas vestidos con monos de color gris metálico, como si fueran la tripulación de una nave espacial, estaba todo el mundo alegre, excitado, chispeante.
De pronto se apagaron las luces, quedaron sólo unas pocas, muy suaves, cerraron las puertas con traba, ocultando la sala de la calle. Quedamos todos paralizados, como si nos secuestraran, pero no, era todo lo contrario. Al quedar en silencio, expectantes, esperando alguna explicación , escuchamos el ruido de la calle. Se oían gritos, cantos, los pasos pesados de una manifestación . El suelo parecía temblar, las voces de fuera sonaban llenando el espacio como si fueran una gran orquesta, amplificándose al rebotar contra las fachadas. Nos llegaba una bocanada de realidad desde la calle, se me pelaron los cables, de golpe la realidad hiperreal la sentí como irreal, la sala era como un sueño, perdió toda su fuerza, veía los personajes totalmente artificiales como si yo no fuera parte de ese cuadro. Los modelos parecían payasos, los vestidos de acrílico y de metal crujían como herraduras antiguas, los cuadros se desdibujaban con la luz tenue que inundaba ahora la sala, las voces brillantes y excitadas se iban apagando.
Esa sensación fue creciendo a medida que se agrandaba el ruido que, a pesar de las puertas cerradas, invadió totalmente la sala.
26/05/2002