Rojo

El cielo está tan, tan rojo que parece en llamas. Una neblina roja impide ver más allá de dos palmos. La tierra roja se levanta con el viento que trae partículas rojas en suspensión y vuela saturando el aire de un color rojo como una nube que se dibuja y desdibuja delante de nuestros ojos.

Galopo sobre el caballo , antes marrón y ahora rojo con su piel cubierta de polvo, no veo nada. Es como si todo fuera igual , como si estuviéramos metidos en un pulverulento magma . A mi lado te veo galopar y tu cara está totalmente roja. Te veo casi de perfil, apenas se insinúan tus rasgos. Tus ojos se entrecierran para que no les entre todo el polvo y los cuencos y los párpados están completamente rojos. Eres como un fantasma levitando a mi lado porque el caballo se confunde con el viento y la tierra . Así, vamos sin saber adonde, ojalá lo sepan los caballos. Todo es igual, como si voláramos por el espacio, denso, asfixiante.

Pero los caballos saben hacia donde vuelan, y nos llevan a la casa, que no vemos hasta que no estamos a su lado, pues también está toda roja , con el polvo pegado al revoque blanco. Bajamos y atamos los caballos a un tronco hincado al lado de la puerta. Necesitamos agua, para nosotros y para los caballos, pero no se ve nada, no nos atrevemos a alejarnos. La puerta está cerrada y no nos están esperando. Vamos apoyándonos en las paredes buscando una puerta o una ventana para entrar. Y la encontramos, otra puerta que quedó sin traba. Al abrirla, el viento penetra en la casa tiñendo paredes, suelos , puertas y ventanas, mesa y sillas, muebles y todo lo que hay , cubriéndolo de inmediato de polvo y creando una atmósfera tan roja como la del campo.

Buscamos el agua, llenamos un cubo que hay al lado de la pileta y salimos, llevados por el viento, pegados a las paredes de la casa, mientras el cubo de agua clara se pone de color sangre. Le damos el agua a los caballos y allí los dejamos, moviendo nerviosamente su cola como queriendo quitarse con ella la capa de tierra roja que tienen pegada. Volvemos nuevamente, se siente ulular el viento, como una música sorda , constante. Nos penetra el olor picante de la tierra seca. El polvo refleja, dispersándolos, los rayos del sol, creando nubes con distintas tonalidades de rojo, como si fueran un enorme cuadro.

Casi enseguida cae la noche, para el viento y la atmósfera se va limpiando. Llevamos los caballos a la cuadra y nos quedamos sentados sobre el sillón durmiendo y despertando de a ratos. Es una noche mágica en la que vemos a lo lejos, descansando en el sofá y a través de las ventanas abiertas, siluetas deformadas a la distancia . Miramos como hipnotizados cómo giran las estrellas sobre nuestras cabezas subyugados por su brillo titilante que a lo largo de la noche va aumentando. Así vamos pasando la noche hasta que vemos como la luz blanco-azulada del amanecer sube por el horizonte y va borrando las estrellas, mientras el sol aparece, emergiendo como una bola amarilla y la luz se hace cada vez más brillante. Vemos a lo lejos las casas, los árboles, las alambradas, las vacas. Se terminó la roja pesadilla. Felices y tranquilos nos vamos, por fin, a la cama.

Marzo, 2002

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